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Mensaje por Admin 08/10/13, 04:51 pm



Caelus
En llamas.

 
No siempre fue el planeta rojo.

 

Desde dónde tus pies se posaran podías ver las lunas adornando nuestros cielos, las estrellas desposando nuestro planeta azul, el sol besándole como un amante enamorado; antes de la muerte de su único amor.
Cuándo pienso en Caelus, querido humano, pienso en estrellas acompañando al sol, flores flotando bajo el puente que le da la bienvenida a viajeros errantes; en planetas adornando nuestros cielos transparentes, deseosos de mirarnos como nosotros a ellos, de templos que parecen de cristal; del mismo cristal que para ustedes significa destrucción.

Puedo relatarles cada segundo desde el principio de mis soles hasta el día de mi captura, que vendrían siendo varias más generaciones suyas de las que conocen, pero estoy seguro que no quieren saber acerca de mí, sino de mi muerto planeta azul: El reinado de Andrath estaba comenzando, días de paz se extendían bajo nuestros pies, no existían carencias ni desigualdades; todos éramos tratados como uno sólo. Había más vida que muerte, y tantas muertes como la vida del fuego nos lo permitían.

Sabíamos que pronto habría un cambio, millones de veces lo habíamos leído en las lenguas de fuego que el palacio tenía por las paredes del mismo, brillante y siempre encendido; Con exactitud no sabíamos que sería o en qué momento… pero le esperábamos con ansias, porque ningún futuro podría ser negro en épocas de luz: Estábamos equivocados. Fue cuándo el décimo ciclo lunar estaba por entrar en contacto con nosotros que diminutas esferas brillantes nos brindaron su compañía; antiguos gobernantes habían escrito en letras de oro bajo nuestros pies que seríamos visitados para así jamás volver a estar solos: “Cuándo luces danzantes toquen nuestras tierras y corazones puros sean abiertos, nunca más se volverá a la soledad, nunca más una oscuridad será tan grande como para apagar los corazones ocupados.” Tu raza, querido humano, habría buscado tantos significados a aquellas palabras, como en muchas más ocasiones, que pocas luces habrían brillado en su eterna oscuridad.

Aquellas criaturas de fascinante aspecto y magnificas habilidades se hacían llamar “Volcanos”, criaturas con un don que la madre vida sólo podía obsequiarle a aquellos cuyo corazón fuese tan resplandeciente como el sol; ellos, nuestros hermanos, podían formar un vínculo con nosotros, tan inquebrantable como el amor de un padre hacía su hijo, capaz de ir más allá de la muerte y la vida. Tan enigmático e indescifrable que criaturas como ustedes habrían intentado romper sólo por no entenderle. Pero cada caeliense no albergaba deseos de una separación, habían hecho nuestra su vida así como nosotros hicimos nuestra la suya con un simple sueño.

Los transparentes ríos bajo el puente, llenos de flores flotantes… ahora estaban teñidos de rojo, de sangre inocente. Ante nuestros incrédulos ojos yacía nuestro gobernante, con una sonrisa capaz de prometer que todo estaría bien a pesar del incierto destino que aplastaba Caelus. Una legión de seres había invadido nuestro recinto, había usurpado un trono que le pertenecía al pueblo y había asesinado a nuestro líder sólo por poder, por tener un número más en una lista inexistente; llenos de coraje, de odio, de sentimientos nuevos y no por ello menos nocivos  decidimos defender aquello que era nuestra vida: nuestro hogar.
Las palabras de aquel hombre de mirada muerta, fueron las siguientes: “Está tierra es mía, cada habitante, cada planta, cada sueño me pertenece ahora”  La libertad no tiene dueño, la opresión no tiene gobernados, pero tiene seguidores y nuestro pueblo tenía corazones vacíos. Pronto nuestras filas menguaron y su ejército se llenó de Volcanos y Caelienses capaces de manchar sus manos de la sangre de su familia con tal de ganar, de ser más que los demás; corazones negros que no podían tener luz y que intentaron apagar la nuestra sin piedad alguna, sin siquiera detenerse a mirar en los ojos de sus víctimas. Ciclos lunares vieron siglos de lucha, su gente, humano, creció mientras la mía comenzaba a morir, fue así que cuando el último de nosotros cayó, Celus era un baño de sangre, no había vida en aquel planeta azul, ya no había nada que pudiésemos rescatar de las manos de un tirano. Caelus estaba en llamas.

Puedo decirte con certeza que eso no fue el final de nuestra tormenta, como se consuelan ustedes los mortales, fue el principio de nuestra rebelión, volvimos a nacer. Aquellos que no se doblegaron ante los pies de Alioth fueron, fuimos, destinados al exilio y aquel fue entonces el comienzo de todo, de una lucha encarnizada por recuperar la paz que quedo anclada a la traición, al dolor, a la muerte de Caelus.


 

 
 



 
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